La Jornada Semanal
Domingo 26 de diciembre de 2010 Num: 825
La otra escena
Miguel Ángel Quemain
Antes del desayuno (1916) es un montaje donde la representación iluminada del tiempo, sobre la única ventana del pequeño cuarto, reinventa los espacios donde transitan dos actores; uno portador de la palabra y otro moldeado por los verbos y adjetivos del reproche que profiere el encargado de nombrar el tedio y la desilusión. De la noche al día se teje un discurso que se edifica originalmente sobre las ruinas de la postguerra, es un horizonte de carencias, aflicciones, que caracterizan un contexto donde muchos lo han perdido todo y quedan desnudas las exigencias y los dilemas a los que se enfrenta la condición humana.
La dirección optó por desapegar la obra de su contexto original para acceder a la universalidad del tema: la pareja. Esa perspectiva artística siempre nos acerca a las obras y diluye las distancias originarias propias de la latitud y las diferencias culturales donde cualquiera puede intercambiar su lugar con los personajes.
Foto: Gabriela Bautista
O’Neill no encuentra una salida para esta pareja. El desequilibrio vital persistirá hasta el final infeliz. Son las pérdidas, los deseos, las fantasías, y no la miseria crónica que los rodea, los aspectos estructurantes.
En poco más de sesenta minutos fluye este concierto emocional de distintas gradaciones que ejecuta con intensa armonía Itari Marta en un fluir bidireccional dentro/fuera, pronunciando un texto que parece dedicado al recuento de los hechos pero que en su bordado también provoca consecuencias inmediatas sobre el ánimo del personaje.
Digo gradaciones emocionales para tratar de transmitirle al lector una posible evolución del personaje que pasa por lo gestual, lo corporal y logra situarse más allá de lo anecdótico gracias a un amplio diapasón tonal.
Juan Carlos Cuéllar, egresado del CUT, es un creador que a lo largo de su incipiente carrera ha apostado por el ámbito universitario del más alto nivel, por la dirección, la dramaturgia y la conformación de un mundo nómada a través de una compañía llamada Artemisa teatro. Traigo este breve contexto a cuenta porque así se podrá entender mejor la interpretación y el sentido de cada personaje.
Cuéllar, de trayectoria breve pero de previsible audacia imaginativa, optó por conducir la creatividad por los linderos del trabajo en equipo, donde las convergencias son identificables con nitidez: el papel de Alfredo (Ammel Rodrigo), elaborado con magistral técnica de contención por alguien que articula su silencio con la misma sabiduría con la que se conjuga un verbo, sirve de sostén y anclaje de la profundidad creciente que los parlamentos de O’Neill le exigen a Itari Marta, quien se encuentra gradualmente iluminada por esa luz que penetra en la ventana gracias a las destrezas técnicas de Roberto López.
Roberto López Rodríguez, iluminador y escenógrafo, elaboró una bella metáfora sobre la que transcurre esta pieza fijada en el realismo, donde la discursividad reinante corre sobre los rieles de una luz cargada de intermitencias pero que finalmente encuentra al día. Llega la luz para sumir a la señora Quiñones en una noche más negra que aquella que acaba de librar.
Es la noche de la pérdida que descubre al otrora amado consumido en una pasiva espera en ese vientre húmedo representado por el baño protector, límbico, donde ocurre parte de la distancia que describe vencida y engañada la señora Quiñones, quien repite de varias formas el relato de esa soledad, de esa distancia entre los cuerpos que es el preludio de un adiós(es).
Cuéllar y López Rodríguez han construido también una pieza en el orden de lo plástico. Esa habitación está poblada por la espera nostálgica y elegíaca al modo gráfico de Edward Hooper; por la mágica manipulación de la escoba a la que se abraza esa mujer tan moderna como doméstica, que tan emparentada parece con ese halo de fugacidad con que pintaron Remedios Varo y Leonora Carrington a las mujeres flotantes que también imaginó O’Neill.
http://www.jornada.unam.mx/2010/12/26/sem-miguel.html
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